Descansar bien por la noche puede ser complicado en solitario. Si añadimos a la ecuación un compañero que no para de moverse, que tiene un peso muy distinto al nuestro o al que simplemente no le gusta la firmeza del colchón, dormir bien en pareja se convierte en todo un reto.
Dormir acompañado es un hábito muy arraigado en nuestra cultura cuando vivimos en pareja. Y muchos estudios muestran que es beneficioso porque nos hace sentirnos más protegidos y desarrolla un vínculo de unión en el seno de la pareja que la fortalece.
Entonces, ¿cómo conciliar un descanso nocturno de calidad con las incomodidades propias de dormir en pareja? Te damos la respuesta en esta guía.
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Dormir bien juntos a menudo significa ponerse de acuerdo en una serie de aspectos como la hora, la ausencia de luz o de ruido. Sin embargo, otros factores escapan al consenso entre la pareja y alteran la calidad del sueño.
Moverse mientras dormimos es normal y sano porque al hacerlo se activa la circulación sanguínea. Se estima que una persona se mueve en la cama unas cinco veces de media cada hora. Así, ayuda a que se descarguen los tejidos blandos y restaura la postura de la columna vertebral.
Los discos que están entre las vértebras pierden agua durante el día y es importante que se rehidraten. Cuando el cuerpo está tumbado los discos absorben agua, pero necesitan ayuda para que el líquido fluya en los espacios intervertebrales.
Reciben esa ayuda en forma de giros o cambios de postura, gracias a los cuales la columna vertebral obtiene la hidratación que necesita y se descarga del estrés compresivo del día.
Por lo tanto, el movimiento durante el sueño es necesario siempre y cuando no esconda detrás una patología. La clave está en la facilidad a la hora de moverse.
El colchón es el elemento primordial en el sistema de descanso y de él depende que podamos movernos con facilidad mientras dormimos.
Un buen colchón es aquel que nos facilita el cambio de postura y lo hace compatible con una correcta distribución de nuestro peso. Y, sobre todo, es aquel en el que los movimientos de nuestra pareja no se notan porque cuenta con una estructura interna de separación de lechos.
El Dr. Eduard Estivill, Director de la Clínica del Sueño Estivill, ha señalado en numerosas ocasiones que para dormir en pareja es mejor utilizar dos colchones individuales, aunque usemos las mismas sábanas o mantas.
El doctor se refiere a un buen sistema de independencia de lechos, que proporciona dos núcleos en una misma estructura. Así, los movimientos de un bloque no se trasladan al otro.
Así, tenemos dos colchones en uno y podemos disfrutar de los beneficios de dormir en pareja, evitando sus problemas que son:
Otro de los conflictos más habituales al dormir en pareja es la diferencia de gustos en lo que a firmeza y sensación de acogida se refiere.
El concepto de confort es diferente en cada persona y por tanto en la pareja, y depende de múltiples factores que pueden ir cambiando a lo largo de la vida.
El incremento de peso con la edad, posibles embarazos, cambios en el metabolismo o pérdida de masa muscular, son sólo alguno de los motivos que pueden modificar nuestra sensación de descanso y comodidad.
Dormir sobre un colchón adecuado a nuestro peso y morfología es esencial para que la columna encuentre el soporte que necesita para estar correctamente alineada. Así, evitaremos gran parte de los dolores de espalda, lumbares, cervicales y otros problemas ligados a una mala postura.
Si contamos con un colchón capaz de cambiar su sensación de firmeza y confort cada vez que lo necesitemos y en cada uno de los lados de la cama, tendremos el colchón perfecto para dormir en pareja.
El cuerpo humano es una máquina muy inteligente que posee unos mecanismos de autorregulación de su temperatura interna, para mantenerla en niveles constantes. Y lo hace porque la vida sólo puede darse dentro de una gama de temperatura muy concreta.
La temperatura corporal está controlada por el hipotálamo, un área del cerebro que actúa sobre el sistema nervioso autónomo. En él reside nuestro centro termorregulador, aquel que se encarga de aumentar o disminuir la temperatura interna del cuerpo en función de las condiciones ambientales.
Nuestra temperatura corporal está entre los 36 y 37ºC y se rige bajo un ritmo circadiano de 24 horas, de manera que al principio del sueño sube para propiciarlo y durante el mismo baja. Antes de despertar vuelve a aumentar, ajustándose a la temperatura ambiente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que la temperatura ambiental óptima para el organismo está entre los 18 y 24º C, ya que es la que permite que el cuerpo se mantenga a esos 36°C-37°C.
Cuando no estamos dentro de nuestra zona de confort térmico, es decir, cuando tenemos frío o calor, el sueño se ve afectado enormemente.
Al sentir frío el cuerpo se defiende con la vasoconstricción cutánea periférica, que reduce la pérdida de calor y la sudoración.
Al tener calor el organismo activa la vasodilatación cutánea y la sudoración para perder calor. Además, ese guardián de la temperatura que es el hipotálamo ralentiza ciertas funciones metabólicas para generar menos calor.
En ambos casos se altera la calidad del sueño porque la temperatura corporal no es la correcta.
Para empezar porque el sistema de termorregulación es distinto en hombres y mujeres, lo que provoca que perciban la temperatura ambiente también de distinta manera.
La piel tiene un gran flujo sanguíneo que le permite ejercer su papel termorregulador frente a los cambios de temperatura, tanto internos como externos.
Las mujeres son capaces de mantener su bienestar térmico porque tienen una alta capacidad termorreguladora periférica. Es decir, cuando perciben cambios de temperatura bruscos modifican con rapidez el flujo sanguíneo a la piel.
Esto hace que sean más sensibles a los cambios de temperatura y los perciban de manera más intensa.
En cambio, los hombres mantienen una temperatura corporal más constante porque tienen una menor capacidad termorreguladora periférica.
Una curiosidad es que las mujeres destinan más cantidad de sangre a mantener la temperatura de sus órganos vitales. Los hombres la destinan a mantener la piel más caliente.
Este es uno de los motivos que explica que los hombres suden cuando la temperatura supera los 30º C y las mujeres no.
Además, según un estudio publicado por el biofísico Boris Kingma, el metabolismo de las mujeres es más lento. Por ello, necesitan un entorno un poco más cálido para mantener su temperatura corporal estable.
La solución cuando dormimos en pareja a estas diferencias es sencilla: un colchón con regulación de temperatura que permita ajustar la sensación térmica da cada lado de la cama al gusto de cada durmiente.
Es posible si elegimos un colchón que permita regular su firmeza por separado, tanto en tu lado de la cama como en el de tu pareja.
Si, además permite ajustar la sensación térmica también de manera independiente, adaptándola a vuestros gustos, será casi perfecto.
La clave de un colchón así está en su núcleo, que debe garantizar una total independencia de lechos. De manera que cada miembro de la pareja obtiene el grado exacto de firmeza que necesita para dormir confortablemente. Sin generar movimientos ni vibraciones. Un núcleo personalizado anatómico es la mejor opción.
El dilema no es dormir juntos o separados sino descansar en un colchón que os permita a ambos estar cómodos en función de vuestros gustos y necesidades.
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Me ha gustado este artículo y nunca antes había estudiado una opinión como esta sobre el tema, impresionante !
Felicidades
Brittney, eres muy amable. Muchas gracias por tu comentario, es muy estimulante saber que vamos en la dirección correcta. Esperamos que el resto de temas sean igual de interesantes y útiles.
Un fuerte abrazo.
Patricia